jueves, 28 de mayo de 2009

ANTE EL 7 DE JUNIO

Hace veintidós años los españoles acudíamos por primera vez a las urnas para participar en unas elecciones al Parlamento de la Unión Europea. Aquella demostración de europeísmo que la participación del 68,52% del colegio electoral español sugería, se vio reducida al 45,14% en las elecciones de 2004, y parece que aún se verá más reducida cuando finalice el proceso electoral actual.
Nunca ha sido grande el interés que las elecciones europeas ha despertado entre nosotros, como si la Unión nos quedara lejos o fuera una simple anécdota; pero la evidencia nos demuestra que más del 70% de las leyes emanadas de las Cortes Generales de España han de tener en cuenta lo que se dice en las directivas europeas sobre la materia. La cuestión no es baladí.
Si la Comisión y el Consejo son el campo de juego de los Estados que conforman la Unión, el Parlamento, con un peso cada vez mayor y determinante, lo es de los ciudadanos y ciudadanas de todos los países miembros, de toda la ciudadanía europea. Ejemplos recientes atestiguan el valor del Parlamento en la construcción de la Europa social. El rechazo al proyecto de revisión de la directiva sobre tiempo de trabajo que proponía una jornada laboral de 65 horas es una buena prueba de ello. Alejandro Cercas, diputado socialista español llevó la batuta en la defensa del espacio social europeo hasta conseguir que la mayoría de europarlamentarios desestimaran la propuesta de esa aberrante y retrógrada jornada laboral. Fue un triunfo de las tesis progresistas frente al neoconservadurismo creciente y rampante en Europa.
Mientras EEUU o China ponen en marcha planes especiales con unidad de dirección y una orientación evidente, la Unión Europea queda mediatizada por los estados miembros incapaces de dar respuestas eficientes a los problemas globales. Si, hoy por hoy, una respuesta de calado europeo a la crisis, totalmente necesaria, resulta imposible, la cuestión que debemos plantearnos es si la construcción de Europa podrá orientarse en el futuro hacia una Unión Europea centrada en la ciudadanía y capaz de articular un espacio social europeo que sea referencia y exigencia mundial.
La respuesta posible, con todas las reservas que se quieran considerar, está en el Parlamento Europeo que desde 1997 ha dejado de ser una asamblea consultiva para convertirse en un órgano legislativo y de control: presupuestos, nombramiento del Presidente de la Comisión, elección de los comisarios y moción de censura. También tiene el Parlamento Europeo competencias en la libre circulación de trabajadores, medio ambiente, mercado interior, salud, seguridad, educación, política exterior, libertades públicas, etc. A todas ellas habrá que añadir las derivadas del Tratado de Lisboa que le confiere más poderes y favorece un equilibrio institucional que permite co-legislar con el Consejo de Ministros, si los irlandeses, esperemos que no, deciden no aguarnos la fiesta.
Es cierto que con partidos y propuestas paneuropeas rigurosas y consistentes el interés ciudadano aumentaría. No es menos cierto que con campañas electorales menos centradas en cuestiones locales la participación podría ser más atractiva. Pero nada más cierto que las cosas son como son y no como nos gustaría que fuesen, aunque no siempre ha de ser así. Por ello, para que la Europa de los ciudadanos, la Europa social sea un futuro posible hay que darle el máximo respaldo democrático al Parlamento Europeo. No es hora de escepticismos, apatías, indiferencias ni de votos exquisitos. Es hora de reafirmar con nuestro voto el valor del Parlamento y el del papel de la opción política con la que estamos comprometidos o simplemente queremos que nos represente. Por un Parlamento Europeo fuerte nosotros iremos a votar y por una Europa social votaremos socialista.

Octubre 82

Octubre 82 es un grupo de opinión integrado por Francesc de Paula Seva, Elena García, Manuel Giménez, Marisol Moreno, Miguel Angel Esteve, Conchi Moril, Juan Figueres, Isabel Sellés y José Angel Baeza.